Del libro El Reinado del Corazón de Jesús(tomo 3), escrito por un P. Oblato de María Inmaculada, Capellán de Monmatre. Publicado en Francia en 1897 y traducida por primera vez al Español en 1910.
El Corazón de Jesús quiere reinar en nuestros corazones por su amor; mas antes de entrar en su reino y sentarse este divino Rey en su trono, quiere que desterremos sus dos grandes adversarios: el pecado y el amor desordenado; lo que no pueda hacerse sin un combate valeroso y sin una lucha constante.
Las virtudes que han de oponerse a esos enemigos del Corazón de Jesús y de su amor, son: el odio al pecado, el desprendimiento de nosotros mismos y el desprendimiento de las criaturas. Como la adquisición de estas difíciles virtudes no puede abstenerse si generosos esfuerzos, Santa Margarita María prescribe que se acuda a la virtud de la fortaleza como sillar para resistir con valentía los combates de la vida espiritual.
El odio al pecado
El pecado es el enemigo irreconciliable del Corazón de Jesús; por esta razón la verdadera devoción al Corazón divino debe desterrar “ toda falta cometida con deliberación”, dice Santa Margarita María. Estas son las preciosas lecciones que nos ha dejado:
Odio que debe tener el devoto del Sagrado Corazón de Jesús a toda falta voluntaria; conducta que debe observar respecto a los pecados de fragilidad.
El pecado es una desobediencia a Dios, o una transgresión de la ley divina, sea natural, sea positiva.
Si esta transgresión es en materia grave, con advertencia plena y consentimiento perfecto, constituye pecado mortal, que privándonos de la gracias santificantes nos hace reos de los eternos castigos del infierno.
El pecado venial es una transgresión ligera, que debilita en nosotros la gracia, sin privarnos, no obstante, completamente de ella. Este pecado es de dos clases: el uno, deliberado, supone consentimiento perfecto en una violación ligera de la ley Divina; esto es lo que Santa Margarita llama “faltas con advertencia”; el otro, de fragilidad, es más bien fruto de la flaqueza humana que acto deliberado de la voluntad, aunque ésta tiene parte en alguna manera; sin esta participación no habría ofensa alguna de Dios.
Los motivos principales deben inspirarnos horror absoluto a todo pecado: el primero es el daño que experimenta el alma del pecador; pero el principal es la injuria que hace esta falta al Corazón de Jesús, y la oposición que establece entre el alma que está manchada con aquel pecado y el Corazón divino que es la Santidad misma. Desde el fondo del Sagrario parece que nuestro Señor nos dice como a los judíos: “¿quién de vosotros podrá acusarme de pecado?” En efecto, ningún polvo humano viene a empañar la inmaculada hermosura de la santidad eucarística del Sagrado Corazón; el esplendor de esta divina santidad arrebataba de admiración a Santa Margarita, sobre todo desde el día que oyó cantar a los serafines: “¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!” en torno de ese cielo terrestre del Dios de la Eucaristía.
1º La sierva de Dios habla muy pocas veces del pecado mortal; le parecía tan horrible, que apenas parecía suponer que un cristiano tuviera bastante malicia para dar entrada en su corazón a tal monstruo.
Queriendo nuestro Señor inspirarla a esta virgen fiel un horror todavía mayor hacia este pecado, la hizo ver el estado horroroso de un alma privada de la gracias santificantes; la aterrorizó de tal modo este espectáculo, que cuando se acordaba de esta visión durante su vida, se helaba de espanto.
Temiendo ella estar en ese mismo estado, exclamaba: ! Ah! ¿Qué podré hacer y sufrir que iguale a la grandeza de mis crímenes? Estos me tienen continuamente en un abismo de confusión, desde que mi Dios me hizo ver la horrible figura de un alma en pecado mortal y la gravedad del pecado que, oponiéndose a una bondad infinitamente amable, le es extremadamente injurioso. Está vista me hizo sufrir más que todas las otras penas. Yo quisiera haber sufrido, al principio de mi vida, todas las penas debidas a los pecados que he cometido, para que hubiesen servido de salvaguarda (contra estas faltas) y me hubiese impedido el cometerlas. (¡sí!), lo quisiera con todo mi corazón, antes que haber sido tan miserable que cometiera esos pecados, aun cuando estuviese cierta de que mi Dios, por su infinita misericordia, me los perdonaba sin entregarme a esas penas.”
En otra ocasión, apareciéndose nuestro Señor a Margarita María bajo la figura de un Ecce homo, le dijo:
“ Mira el lastimoso estado en que me ponen los pecadores.”
“ Entonces, refiere la sierva de Dios, comencé a conocer mejor (aún) la gravedad y la malicia del pecado. Yo le detestaba tan eficazmente en mi corazón, qué mejor hubiera querido precipitarme mil veces en el infierno que cometer uno voluntariamente. ¡Oh, maldito pecado, decía yo; que detestable eres por la ofensa que haces a mi Soberano bien!”
Con objeto de apartar a sus queridas novicias de la horrible desgracia de perder la amistad del Corazón de Jesús, les decía: “vuestros nombres están escritos en el Sagrado Corazón de nuestro Señor Jesucristo por el exceso de su amor; pero vosotras todavía tenéis la libertad de borrarlos, guardados acontezca esta desgracia, que no puede acontecer sino por el pecado mortal, después de haberos apartado y alejado de este divino Corazón, que no os rechazará si primero no le habéis vosotras despreciado y olvidado.
Sed, pues, constantemente fieles en hacer todo lo que el Señor os dé a conocer que le agrada y en evitar todo lo que conozcáis que le disgusta, a fin de que jamás perdáis la amistad de su Sagrado Corazón.”
2º Si la Santa habla muy poco del pecado mortal, insiste, por el contrario, con mucha frecuencia el cuidado incesante que el devoto del Sagrado Corazón debe poner en evitar el pecado venial las faltas ligeras deliberadas, especialmente el hábito de esas faltas, no le inspiraban menos horror que el pecado mortal. Querer, con propósito deliberado, disgustar a Dios y contristar al Corazón de Jesús aún en cosa ligera, la parecía crimen tan horrible, que hubiera aceptado con alegría a sufrir todos los tormentos del infierno antes que consentir semejante mal.
“Sobre todo, no más faltas con intención, decía con frecuencia. Confieso que estas faltas me son insoportables, porque hieren al Corazón de Dios.
Mi divino Maestro, decía, me dio una vez esta lección por una falta que cometí:
Has de saber que yo soy un maestro Santo y que enseñó la santidad. Yo soy puro y no puedo sufrir la menor mancha. Si soy benigno en soportar tu flaquezas, no seré menos severo y exacto en corregir y castigar tus infidelidades.
Es lo que me hizo experimentar bien durante toda mi vida, pues puedo decir, que no dejaba pasar la menor falta en que hubiera alguna parte de voluntad o negligencia sin reprenderme y castigarme; aunque siempre con su misericordia y bondad infinita. Cada uno de mis descuidos encontraba su pena particular en el purgatorio (de dolor) en que Él me purificaba, para hacerme menos indigna de su divina presencia, de sus comunicaciones y de su operación, porque Él lo obraba todo en mí.”
Educada la sierva de Dios en tal escuela, no podía soportar, ni en sí misma ni en los demás, las faltas cometidas con propósito deliberado escribía a una religiosa tibia y negligente: “ son muy peligrosas tanta recaídas voluntarias, sobre todo en un alma religiosa. !Ay, mi querida hermana; si comprendierais cuán grande daño hacéis (con eso) a vuestra pobre alma y de cuántas gracias la priváis! La pérdida de estas gracias detiene vuestro corazón en el camino de la perfección y os debilita mucho.
Por esa frecuentes caídas voluntarias vuestra alma está expuesta a evidente peligro de perder la vista de su Dios; y ¿Qué bien podrá tener un alma que ha perdido a su Dios? El Señor no puede escucharla, ni tampoco a los que ruegan por ella, mientras reúse servirle y convertirse toda a Él. Él le cierra la entrada en su Corazón Sagrado, porque ella le arrojó del suyo.
Sed constantemente fiel en evitar todo lo que el Señor os dé a conocer que le disgusta, para no perder jamás la amistad de su Corazón Sagrado. Ruego encarecidamente que os guardéis de cometer faltas voluntarias. (No), no más faltas voluntarias, sí deseáis volver al aprecio de nuestro Señor Jesucristo; de otra manera le buscaréis en vano, porque Él se burlará de Vos, como vos os habéis burlado de su gracia; nada de faltas con propósito deliberado, y alegraréis infinitamente a la que es toda vuestra en el amor del Sagrado Corazón de Jesús”.
3º Es preciso advertir que, en todo lo que precede, Santa Margarita María habla de las “faltas cometidas con advertencia, de las infidelidades voluntarias”, y no de las faltas de fragilidad, en las cuales tienen poca parte de la voluntad y en las que “el justo mismo cae siete veces al día”, es decir, muchas veces.
A pesar de recomendar la Santa que se hagan esfuerzos serios y perseverantes para disminuir todo lo posible el número de estas últimas faltas, sin embargo, no quiere que su vista lleve a las almas al desaliento; al contrario, la consejera de servirse de ellas como de medio eficaz para adelantar en la perfección. Estas faltas, en efecto, los afirman en la práctica de la humildad y excitan nuestra vigilancia.
“Os ejercitaréis, decía a sus novicias, en una generosa humildad que no os abata el ánimo en vista de vuestros defectos e imperfecciones sed, pues, humildemente animosas sin desalentaros por vuestra falta sino, por el contrario, después de humillaros, volver a empezar a ser fieles, porque el Sagrado Corazón le gusta este modo de proceder que conserva el alma en paz”.
“!Ah¡, Añadía hablando de sí misma; no soy fiel y traigo con frecuencia en lo que algunas veces parece complacerse nuestro Señor, tanto para confundir mi orgullo, como para fundarme en la desconfianza de mi misma, viendo que sin este soberano bien de mi alma no podría hacer más que el mal y dar continuas caídas sin poder levantarme de ellas. Entonces viene, como buen Padre, en mi auxilio, y tendiendo de los brazos de su amor me dice:
“¿Conoces bien que no puedes nada sin Mí?”
Lo cual me obliga a deshacerme en agradecimiento a su amorosa bondad (entonces) me conmueve hasta derramar lágrimas, al ver que no se venga de mis infidelidades sino con excesos de su amor, con los cuales parece que quiere combatir mi silencio. Algunas veces las pone ante mis ojos con la multitud de sus favores, reduciéndome a la impotencia de no poder hablarle (de otro modo) que con mis lágrimas. En ese tiempo sufro más de lo que puedo decir así es como este divino amor se entretiene con su indigna esclava”