Vida del Beato P. Bernardo Francisco de Hoyos(VII)

Efectos que estos favores causaban en Bernardo,
y continuación de otros nuevos

Los maravillosos efectos que los favores causaban en el espíritu de Bernardo y las fructuosas inteligencias que le daban, son el más cierto indicio de que venían del Padre de las luces. Abrasaban en fuego de amor de Dios el corazón de este joven cuando los recibía; pero su llama quedaba lenta y suave en su interior, de suerte que todo el día se mantenía en una amorosa presencia de Dios muy íntima. Nada podía apartarle de las celestiales y divinas impresiones que dejaban en su alma favorecida:

“Siempre anda engolfada en el inmenso piélago de las grandezas de la Divinidad; aunque esta presencia de Dios es de la Divinidad, no obstante, traigo muy presente la sacratísima Humanidad con la imagen que tengo impresa en mi corazón, y con la memoria y especies de las visiones”.

Aun en sueños le favorecía el Señor con este regalo de presencia suya, llena de luces y amorosos afectos, porque como había padecido tanto y resistido en sueños en tiempo del desamparo, quiso premiarle en las mismas circunstancias de sus penas.

Iba el Señor disponiendo suavemente y poco a poco el alma de este angelical joven para el desposorio prometido, y así se continuaban los favores proporcionándolos a la humana debilidad. Después de haber comulgado, al empezar a dar gracias, vio un día por visión intelectual al Señor y por visión imaginaria sus sacratísimas manos, pies y costado con las cinco llagas, más hermosas y resplandecientes que cinco soles. Le dijo su Majestad con grande amor estas palabras:

“Mira, si quien recibió estas llagas por ti y con gran gusto (pues te tenía presente con otras almas, mis esposas, cuando las recibí) ¿te querré por esposa? Prepárate para serlo”.

Le dio a entender que, a la siguiente comunión, vendría sobre su alma de algún modo el Espíritu Santo para prepararle a recibir con mayor plenitud el mismo divino Espíritu Santo en los días de su solemnidad, que estaba cerca. Entendió también lo que la extática Santa Teresa de Jesús y otras muchas almas favorecidas han conocido de la inmensa benignidad del Señor: que su infinito amor para con los hombres le inclina a comunicar sus especiales favores a muchos; pero que son muy pocos los que se disponen a recibirlos. Entendió también los designios que Dios tenía en no mostrarle de una vez toda su hermosura en estas visiones imaginarias. Fue haber determinado su providencia que ninguno de estos favores saliese a lo exterior con raptos, éxtasis públicos y ruidosos, lo que no podía dejar de suceder si no estuviera el alma acostumbrada a recibirlos con suavidad proporcionada.

Pocos días después le declaró el Señor que el día de su gran devota y protectora Santa Magdalena de Pazzi, esta Santa le pondría la corona que antes había visto. Sucedió esta coronación prodigiosa el día pronunciado por el Señor en esta forma: Apenas había entrado en la oración de comunidad , cuando oyó una celestial música de los ángeles, que cantaban: “Ven del Líbano, esposa del Señor, ven del Líbano, ven a ser coronada”.

Sintió al mismo tiempo un vuelo de espíritu, que le arrebató hacia el Santísimo Sacramento, como si se hallase en presencia de Jesús Sacramentado. Le causó un sagrado pavor este espiritual vuelo y las palabras que oyó del Señor: “Levántate, date prisa amiga mía, paloma mía, hermosa mía, y ven, ya se pasó el invierno y el tiempo tempestuoso se acabó, aparecieron las flores en nuestra tierra y llegó el tiempo de cortarlas”.

Entre los muchos misterios que conocía con estas palabras, que resonaban en los oídos de su espíritu, fue uno ser significadas en ellas las tres vías de la perfección: la purgativa en las voces “Levántate, amiga mía”; la iluminativa en “Date prisa, paloma mía”; y la unitiva en “Hermosa mía, y ven”. En las palabras “aparecieron las flores, etc.” le dio a entender el Señor que se agradaba en las flores de sus deseos, aunque no tenía obras ni merecimientos.

Se derritió el espíritu de Bernardo en afectos de profunda humildad y de amor seráfico cuando se le descubrió, por visión intelectual en parte y en parte imaginaria, el teatro glorioso del día de la Santa Cruz. Vio al benignísimo Jesús en un trono de inmensa majestad, al que se subía por tres riquísimas gradas. Tenía el Rey de gloria una corona en su cabeza; cercaban el trono la soberana Reina de los cielos, la extática Santa Teresa, Santa Magdalena de Pazzi y los Santos que componían el teatro asignado.

Hallábase el feliz joven de rodillas cerca del trono; entonces el benignísimo Jesús, tomando la corona que ceñía sus sagradas sienes, la dio a Santa María Magdalena de Pazzi, quien coronó con ella a su fiel devoto Bernardo. Quedó este con tan gran favor tan bello a los ojos de los Santos, que le decían: “Vuélvete, oh alma, vuélvete, para que te veamos con esa riquísima corona”. Así se hallaba de rodillas y extático, cuando vio que el Señor, acercándole a sí con grande amor, le quitaba con su divina mano la corona y volvía a ponérsela en su real cabeza, diciéndole: “tus victorias son mías”.

A este tiempo oyó a los ángeles, que cantaban a su coronado Rey: “Salid Hijas de Sion, y mirad a Jesús vuestro Rey coronado con la corona, con que le coronó su Madre en el día de la alegría de su corazón”. Cesó con este celestial motete la visión.

Los efectos que dejó esta visión en el alma del joven fueron muy sólidos:

“He quedado todo aniquilado, confuso y temeroso de la majestad del Señor, en medio de ver me trata con tanta afabilidad: en este rapto entendí grandes cosas de santa Magdalena de Pazzi. Ya ha mucho tiempo que no experimentaba estos efectos tan violentos; por lo regular ahora es cosa muy subida, en que experimento cosas admirables. Todo este día anduve no sé cómo, y el siguiente de la Ascensión como ya diré”.

Fueron tan singulares los favores del día de la Ascensión y Venida del Espíritu Santo que protesta no se atrevería a escribirlos, si no le alentara la obediencia. Le asistieron a la sagrada comunión este día el Príncipe San Miguel y el santo Ángel de su guarda, poniéndole el riquísimo paño de otras veces al tiempo de comulgar. Daba gracias al Señor con los fervores extáticos que acostumbraba, especialmente por los grandes bienes que habían venido al mundo con su admirable Ascensión a los cielos.

Entonces Jesús con amorosas quejas le dijo que muchos no sólo no se aprovechaban de sus beneficios, mas le eran sumamente ingratos. Al mismo tiempo se le mostró la sacrosanta Humanidad del Señor gloriosa y le dijo: “Mírame, Yo soy el que te quiero por esposa”. Empezó el Señor a subir a los cielos y quiso que su favorecido joven gozase este día en su espíritu algo de la gloria de su felicísimo tránsito.

Le vio con visión intelectual muy alta, con las circunstancias todas que le describen los sagrados Evangelistas y el profeta David. Subía el Señor acompañado de innumerables ángeles, y a proporcionada distancia apareció una hermosa y resplandeciente nube que le ocultó.

“Quedé muy recogido, lleno de gran quietud y suavidad y admiración, aunque mayor admiración me causó lo que siguió”.

Se siguió el ver y oír con visión y audición intelectual muy subida, lo que pasó en el triunfo solemnísimo de Jesús al entrar por las puertas del cielo y sentarse a la diestra del Padre. Oyó y entendió el coloquio que tuvieron los ángeles, que formaban la comitiva del Rey triunfante, con los que guardaban las puertas del cielo, como se describe en el salmo 23.

Vio abrirse de par en par las Puertas eternas, y que los ángeles en sus lucidos y ordenados coros llegaban a adorar a su Rey de gloria. Empezaban los serafines, seguían los querubines, sucedían los tronos y todas las jerarquías por su orden. Lo que Bernardo tiene por inexplicable, como lo es en la verdad, es el recibimiento que la Santísima Trinidad hizo a Cristo Señor nuestro; cómo tomó posesión de la diestra del Padre, que le dijo: “Siéntate a mi derecha y pondré a tus enemigos debajo de tus pies”, y otros altísimos misterios que se le descubrieron entonces.

Se esfuerza el favorecido joven a explicar estas cosas y, aunque las escribe con difusión, confiesa que es nada lo que puede decir.

“No hay que dilatarme más; sólo digo que en este tiempo me parecía estar mi alma en el mismo cielo. La vecindad fue tanta que desde el principio de lo dicho quedé en un divino éxtasis, del que volví después de tres cuartos de hora poco más o menos, aunque a mí se me hizo un Ave María. Después acá, ando como fuera de mí, y todo lo que veo, me parece es sueño; y así me parece que más converso en el cielo que en la tierra; a lo menos la parte superior está todavía en sus glorias, aunque la exterior trata con los hombres y es de entender que no me impide cosa alguna, ni aun estudiar; tengo muy impresas las especies de esta visión. Los efectos son propósitos de la mano del Altísimo omnipotente Dios”.